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La caída

Novela filosófica que cuenta la historia de Jean Baptiste Clamence, quien ejerce de abogado o más bien de “juez penitente” (como él mismo se denomina) en Ámsterdam, después de la segunda guerra mundial. 'Camus' se vale de las metáforas para indagar dentro de la naturaleza humana y el absurdismo de la existencia.

‘La caída’ es la tercera novela del escritor francés Albert Camus. Se la considera una obra fundamental de la literatura francesa de la postguerra y clásico del existencialismo, publicada en 1956, un año antes de obtener el Nobel de Literatura. La historia trata de un hombre, quien se presenta bajo el seudónimo de Jean Baptiste Clamence, ejerce de abogado o más bien de “juez penitente” (como él mismo se denomina) en Ámsterdam, después de la segunda guerra mundial. El bar “Mexico City”, nos da un punto de partida para que nuestro interlocutor comience a narrar, para un recién llegado, su vida. Nuestro personaje principal nos revelará detalles de su trabajo como juez penitente y sobre su pasado.

"¡Imagínese al hombre de 'Cro-Magnon' instalado en la torre de Babel! Por lo menos, el hombre de 'Cro-Magnon' se sentiría un extraño en ese mundo. Pero éste, no; éste no siente su destierro. Sigue su camino sin que nada lo alcance."

«Cuando, por oficio o por vocación, uno ha meditado mucho sobre el hombre, ocurre que se experimente nostalgia por los primates. Éstos no tienen pensamientos de segunda intención.»

«Suponga usted que alguien se arroje al agua. Hay dos posibilidades: o usted lo sigue, para salvarlo y, en la estación fría, corre usted el peor de los peligros, o bien lo abandona, y los impulsos reprimidos de zambullirse nos dejan, a veces, extrañas agujetas.»

«El sentimiento del derecho, la satisfacción de tener razón, la alegría de poder estimarse uno mismo, son, querido señor, poderosos resortes para mantenernos en pie o para hacernos avanzar.»

«Hasta me alegraba, también tengo que decirlo, por esos días que, hallándose en huelga los transportes públicos, tenía yo ocasión de recoger en mi coche, deteniéndome en las paradas de los ‘ómnibus’, a algunos desdichados conciudadanos que no podían volver a sus casas.»

«Me negaba a atribuir el éxito exclusivamente a mis méritos, y no podía creer que el hecho de que en una única persona estuvieran reunidas cualidades tan diferentes y tan extremadas, fuera el resultado exclusivo del azar.»

«¿Advirtió usted que sólo la muerte despierta nuestros sentimientos? ¡Cómo queremos a los amigos que acaban de abandonarnos! ¿No le parece? ¡Cómo admiramos a los maestros que ya no hablan y que tienen la boca llena de tierra! El homenaje nace entonces con toda espontaneidad, ese homenaje que, tal vez, ellos habían estado esperando que les rindiéramos durante toda su vida.»

«Alguien tiene que tener, al fin de cuentas, la última palabra. Porque a toda razón puede oponérsele otra, y así no se terminaría nunca.»

«Ahora hemos adquirido lucidez; reemplazamos el diálogo por el comunicado. Nosotros decimos que ésta es la verdad. Vosotros siempre podréis discutirla. Eso no nos interesa.»

«Cree uno morir para castigar a su mujer, cuando en realidad lo que hace es devolverle la libertad.»

«¿Para qué sacrificarse a la idea que uno quiere dar de sí mismo? Una vez que usted está muerto, ellos se aprovecharán para atribuir a su acto motivos idiotas o vulgares.»

«A partir del momento que tuve conciencia de que en mí había algo que juzgar, comprendí que en ellos había una vocación irresistible de ejercer el juicio.»

«Entonces sabrá que ‘Dante’ admite ángeles neutros en la querella entre Dios y Satanás; ángeles que él coloca en el limbo, una especie de vestíbulo de su infierno. Nosotros estamos en el vestíbulo, querido amigo.»

«En cierto grado de embriaguez lúcida, acostado, tarde en la noche, entre dos muchachas y vaciado de todo deseo, la esperanza ya no es una tortura; vea usted, el espíritu reina sobre el tiempo y el dolor de vivir termina definitivamente.»

«El otro día hablaba usted del ‘Juicio Final’. Permítame que me ría respetuosamente de él. Lo espero a pie firme. Conocí algo peor: el juicio de los hombres.»

«Mire usted, una persona de mi círculo dividía los seres en tres categorías: los que prefieren no tener nada que ocultar, antes de verse obligados a mentir; los que prefieren mentir, antes que no tener nada que ocultar; y, en fin, aquellos a quienes les gusta al propio tiempo mentir y ocultar.»

«No le describiré ese campo. Nosotros, hijos de la mitad del siglo, no tenemos necesidad de ilustraciones para imaginarnos esos lugares.»

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